Siempre estuvo aquí.
Mi primer amor, en el que mi sentir despertó de las entrañas de mi Ser más íntimo.
Aquel que desprendía la fragancia de la inocencia y juguetona curiosidad del vibrar intenso, ese con sabor a vez primera.
Por mi vida pasaron otros amores.
Con algunos me sentí deslumbrada por la atractiva apariencia física. Con otros, agasajada por adulantes palabras vestidas de purpurina y luces de neón.
Con todos ellos, derroché grandes dosis de energía, de emoción y de pasión.
Mi entrega era frenética y desmedida, tan intensa que se volvía incandescente hasta quemar cualquier vestigio de encuentro sereno, hasta incendiar nuestros cuerpos con su fuego abrasador.
Era divertido, excitante, intenso… más, en el fondo, profundamente agotador.
En todas aquellas relaciones, mi corazón anhelante buscaba en secreto esa gran historia de amor.
El miedo al abandono y el rechazo no me permitían mostrar ese deseo oculto, que celosamente guardaba mi corazón.
En vez de Verdad del Alma, mi ego ofrecía enloquecido calor.
Más, después de cada desesperada búsqueda, ni tan siquiera un retazo de aquella gran historia de amor encontré.
Sentí el vacío que queda dentro cuando en la entrega desmesurada me olvidaba de mí, yendo tras la estela del cometa con el que apenas compartía un efímero momento.
Quedaba cegada y deslumbrada por el fogonazo instantáneo de su luz que, intencionada, pretendía cautivar más nunca permanecer brillando en mi cielo.
Sentí el desgarro y la confusión cuando el abandono de estas estrellas fugaces, que eran mis relaciones, se hacía patente y su desaparición repentina del universo que yo había creado provocaba una soledad desoladora.
Y aún así, siempre estuvo aquí.
Mi primer amor, el que siempre fue, incluso desde antes de saberlo.
Después de tantas aventuras, lo reencontré en el mar.
Viajé a tientas hacia su llamado, que sin palabras me pidió que fuese a su encuentro.
Por fin, comprendí aquella manera de comunicarse conmigo, donde la mente callaba y el corazón en su sentir hablaba en una lengua arcana.
Tomé un tren que me llevó al Mediterráneo, pensando que aquel encuentro sería uno de tantos donde la emoción y la piel efervescente impondría en su ley, zarandeando la serenidad e inocencia del amor verdadero.
Más, ningún otro me esperaba en el destino y fue por esto que pudo acontecer el gran encuentro.
Caminé lenta por la orilla del mar, dejándome acariciar por la tímida espuma que arrastraba hasta mis pies cada impetuosa ola.
Jugueteé con la infinidad de piedritas en forma de corazón que me sorprendían, escondidas, en la vasta extensión de arena.
Me entregué por completo a los penetrantes rayos del sol, que traspasaban la epidermis hasta tocar la profundidad vibrante de mi Ser.
El agua de salitre y brisa envolvió mi cuerpo hasta deshacerme en su inmensidad líquida y ser una sola con ella.
Hice el amor conmigo.
Libre, pulsante, salvaje, inocente, poderosa y viva.
Fue así que me reencontré con mi primer gran amor.
Ese Amor… que siempre fui Yo.
por Ana Winiya